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La lectura del sabio profesor sobre España y los nacionalismos se hacía necesaria, «El mundo visto a los ochenta años» (1934):

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Los catalanes necesitan para fundamentar sus juicios situarse a espaldas de la Historia. Castilla no expolió jamás al Principado. Ella fue víctima, como Cataluña, de los funestos déspotas austríacos y borbónicos.
¿Qué culpa tiene de que Felipe IV, el imbécil, atropellara los fueros del Principado y de que un rey francés intruso, Felipe V, arrebatara cuanto restaba de los antiguos privilegios?

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La causa real del desvío de las regiones periféricas carece de idealidad y es puramente económica.

El movimiento desintegrador surgió en 1900 y tuvo por causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido mercado colonial.

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Cataluña no sólo compartió los laureles de 1860, (campaña africana), brindándonos un general bravo y genial, (Juan Prim y Prats), sino que reclutó y equipó un legión especial de bizarrísimos voluntarios, los cuales, no obstante ser bisoños, batiéronse como veteranos. Fue notablemente españolista.

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Más adelante, con ocasión de la guerra de Cuba, dieron los catalanes nuevo testimonio de amor a la patria común, enviando a las Antillas brillante legión de voluntarios, que se batieron —y esto lo presencié yo— como leones.

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Acerca de las causas del desastre colonial:  fueron responsables gobiernos y partidos, y sobre todo la génesis del separatismo disfrazado de regionalismo. Cataluña sobre todo, (¡quién lo dijera después de las nobles explosiones de españolismo de 1860 y 1873!).

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Cataluña inició una ofensiva a fondo contra el Estado,  inaugurada con los discursos fogosos reivindicatoríos del doctor Bartomeu Robert, las propagandas separatistas de Prat de la Riba, la Asamblea de parlamentarios y la difamación reiterada del ejército, (que juzgó patriótico tomarse la justicia por su mano, atropellando redacciones de periódicos antiespañoles en 1905, con lo que logró resultados contraproducentes, provocando el movimiento de la Solidaridad catalana).

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Mientras tanto, continuaron las campañas de la Lliga: propagandas exasperadas que impresionaron al Gobierno y culminaron y cristalizaron en la obtención de la Mancomunidad, (6 de abril de 1914), concesión forzada que, lejos de purificar el ambiente antiespañol, sólo sirvió para acrecentar sus estragos. Las plumas catalanas se desataron contra el odioso centralismo español, el chivo bíblico portador de todas las culpas.

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La Asamblea revolucionaria decretó la Constitución española de 1931 que reconoce y proclama el derecho de las regiones a organizarse en régimen de amplia autonomía no sólo administrativa, sino política, social, universitaria, de orden público, etc.

Ello implica la cesión de casi todas las contribuciones más saneadas. El nuevo régimen se ha establecido ya en Cataluña.

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Yo bien sé que catalanes y vascos hacen fervientes manifestaciones de su adhesión y amor a España. Y no se me oculta que lo mejor del pueblo vasco, catalán y de otras regiones, comparten tan nobles sentimientos. Pero ¿los comparten las masas fanáticas de las mismas y los avispados caciques que las sugestionan?

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Los ultrajes reiterados a la sagrada bandera española; las manifestaciones francamente separatistas con los consabidos mueras a España; el cántico retador, aun en manifestaciones ajenas a la política, de Els Segadors; el hecho incuestionable de que son o fueron separatistas los gobernantes de la Generalidad, la catalanización de la Universidad y sobre todo la pérdida o progresiva tibieza de esa cordialidad de sentimientos fraternos. Y esto, aun después de otorgado el Estatuto de autonomía de Cataluña de 1932, cuando parecía natural que los catalanes manifestaran su satisfacción y gratitud con ovaciones a la bandera y ejército españoles.

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Todo nacionalismo crea una nación imaginada y la convierte en fetiche político y banderín de enganche de todas las frustraciones personales y colectivas de sus componentes.
Quieren ser porque no son ni fueron.

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A tan fundadas alarmas responden los catalanes con la frase estereotipada de incomprensión. Y nos prometen atenerse estrictamente a la letra y al espíritu de la Constitución y del Estatuto concedido por las Cortes.

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Fuerza es convenir que, leído el documento estatutario, parece poco alarmante, aun contrayéndonos al problema de la Universidad, cuyas clases podrán darse indistintamente en los dos idiomas:

En la Facultad de Medicina de Barcelona todos los profesores, menos dos, son catalanes y nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes. Casi todos los maestros dan la enseñanza en catalán, con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una Institución costeada por el Estado.

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Esperamos que en las regiones favorecidas por los Estatutos prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y a desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculta que en los pueblos envenenados sistemáticamente durante treinta y cuatro años por la pasión o fascinados por prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.

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El mundo visto a los ochenta años, obra del aragonés ilustre que apareció en 1934, a escasas fechas de su muerte. ¿Nada que ver con la actualidad?

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«Cuando un aragonés se decide a tener paciencia, que le echen alemanes«

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ANTICATALANISMO EN ARAGÓN

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